Nicolás Molina padre e hijo viajaron más de 12 horas desde Buenos Aires para asistir a la final del Clausura, pero a pocas horas del evento aún no habían encontrado alojamiento.
Odisea de dos hinchas de Racing en Las Termas: Sin hotel y con urgencia
Foto: Gentileza lagaceta
El episodio tuvo lugar durante la tarde, a escasas horas de la esperada final del Clausura. En el umbral de un hotel de Las Termas de Río Hondo, bajo la intensa calidez y con el tiempo en su contra, Nicolás Molina padre y su hijo Nicolás se encontraron nuevamente con otra negativa: no disponían de habitaciones disponibles. Vestidos con las camisetas de Racing y con la ansiedad palpable por el inminente enfrentamiento contra Estudiantes, se dieron la vuelta y regresaron a su vehículo para proseguir con la búsqueda. Esta no era la primera vez que experimentaban un rechazo y tampoco parecía que sería la última. No obstante, su determinación por asistir al partido no se vería afectada.
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“Somos Nicolás los dos, padre e hijo”, expresaron casi simultáneamente, como si este detalle encapsulara una historia compartida a lo largo de los años. Provenían de la zona norte del Gran Buenos Aires, realizando el trayecto en automóvil junto a dos amigos más. Cuatro personas, más de 12 horas de viaje y una certeza inquebrantable: debían estar presentes en la final, a pesar de no saber aún dónde pasarían la noche.
“Lo crucial era llegar de cualquier forma. El alojamiento es lo menos relevante. Hoy tenemos que ganar”, manifestó el padre. La planificación había sido suficiente para el viaje y la adquisición de las entradas, pero no para anticipar el colapso hotelero provocado por la celebración de una nueva final en Santiago del Estero. “Primero intentamos en Santiago y todo estaba completo. En Termas tampoco logramos nada. Una aplicación nos sugirió una opción en el centro, así que vamos a verificar si podemos acceder”, explicó, mientras consultaba su teléfono móvil en busca de una última señal de esperanza.
El viaje lo realizaron en automóvil y, hasta ese momento, ya acumulaban entre 12 y 13 horas de conducción. El plan consistía en permanecer hasta el domingo, pero todo dependía de encontrar un lugar donde alojarse. “Si no encontramos, veremos. Yo traje una carpa por si acaso”, comentó el hijo entre risas, resignado pero decidido. Esta no fue una simple broma; fue la evidencia de que el resultado del partido era relevante, pero su presencia en el evento era aún más significativa.
La devoción por Racing se ha transmitido a lo largo de generaciones en la familia Molina. El padre ha sido testigo de tres campeonatos y lo expresa con orgullo. “Es una pasión inexplicable”, resumió. El hijo asintió y amplió la idea. “Lo sigo desde niño, a todos lados. Es algo que nunca se va a acabar. Cada día es una nueva experiencia”, afirmó. No hay discursos grandilocuentes ni frases ensayadas. Hay convicción y amor por el club.
A pocas horas de la final, sin hotel y con el cansancio acumulado, los Molina continúan su búsqueda. Para ellos, al igual que para miles de aficionados que han invadido Santiago del Estero, el fútbol no siempre implica comodidad ni certezas. En ocasiones, es ruta, calor, rechazos en la recepción y la firme decisión de seguir adelante. Con la misma camiseta. Y con la misma pasión.
