Netflix: La revolución tiene libertad, igualdad, fraternidad y también zombis

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La revolución (La Révolution, Francia/2020). Creador: Aurélien Molas. Elenco: Amir El Kacem, Marilou Aussiloux, Lionel Erdogan, Amélia Lacquemant y Laurent Lucas. Disponible en: Netflix. Nuestra opinión: regular.

Las causas de la revolución francesa fueron el centro de incontables debates del revisionismo histórico. Esta serie da pie a uno inédito, ya que sugiere que el punto de partida fue nada menos que la aparición de zombis. La idea es un pariente cercano de revisiones de clásicos como Orgullo y prejuicio y zombis, pero a diferencia de esas apropiaciones irónicas, ésta no es una comedia, ni tiene nada de humor, sino que se toma muy en serio su premisa. Estrictamente, la serie parece inspirada en Kingdom, un drama coreano que también incorpora unos inesperados muertos vivientes a la dinastía Joseon, que gobernó en Corea desde el siglo XIV. La estructura de ambas es similar: el brote de la plaga es gradual, a fin de darse tiempo para explorar la vida de los personajes principales y, a través de ellos, la situación social y política de su país antes de que el caos se adueñe de todo.

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La revolución, serie original de Netflix, no solo ejerce un revisionismo disparatado al meter zombis en la caída del ancien régime sino también uno más concreto, porque mira la revolución francesa desde la ideología del presente: los revolucionarios son un grupo multicultural y multirracial que busca terminar con los privilegios del hombre blanco, encarnado en la nobleza. Esta conversión de los eventos que llevaron al fin de la era feudal en un episodio de militancia progresista carece absolutamente de sutilezas: entre los nobles circula un virus que vuelve su sangre literalmente de color azul y los transforma en resucitados, mezcla de zombi y vampiro, que retienen todas las dotes mentales que tenían antes de morir aunque incorporan la necesidad de alimentarse de carne y sangre humanas; para saciar este nuevo apetito usan campesinos, es decir que los aristócratas le chupan la sangre al pueblo. Por si queda alguna duda del sentido de esta metáfora, una campesina lo enuncia claramente: "Los nobles son el 1% de la población y sin embargo retienen el 99% de la riqueza". El mal de la sangre azul los convierte en inmortales y podría llevar a que este estado de cosas sea inmodificable.

El mayor obstáculo de la serie no está en el trazo grueso de sus analogías entre el siglo XVIII y cierto sentir actual, sino en la torpeza narrativa que hace que su desarrollo se vuelva previsible y de acuerdo a una lógica intermitente: a veces los personajes no hacen lo más verosímil o, ni siquiera, algo inesperado, sino lo que más les conviene a los guionistas para salir de la situación en que se metieron. A su favor se puede decir que la ambientación es muy buena (sabemos que los castillos y las catacumbas no escasean en Francia) y que los tres directores de fotografía logran algunas imágenes extraordinarias (aunque abusan de los drones y la cámara lenta). Sin embargo, faltan ideas que justifiquen todo esto. Un cambio de era no alcanza para renovar uno de los rubros más transitados del presente. A pesar de su título, no es ésta una serie revolucionaria.

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Fuente: La Nación