En su primera alocución de fin de año, el Pontífice reafirmó el compromiso reformista de su predecesor y advirtió sobre las tensiones internas que amenazan la cohesión de la Iglesia.
Las expectativas eran considerablemente elevadas ante el debut del papa León XIV en la tradicional audiencia de fin de año. Tras los intensos y críticos discursos del papa Francisco, quien a lo largo de su pontificado abordó diversas “enfermedades” de la Iglesia, propuso “remedios” y mencionó incluso a los “demonios educados” dentro de la administración eclesiástica, se planteaba la interrogante sobre el enfoque que adoptaría su sucesor, conocido por su estilo más cauteloso.
En este contexto, el papa León XIV no decepcionó en su intervención inaugural. Con un discurso de tono resoluto, el Pontífice manifestó su intención de continuar el legado del papa Francisco y exhortó a la curia romana a adoptar una postura más misionera, así como a promover una mayor unidad fundamentada en el amor de Cristo.
El Pontífice también denunció los “fantasmas de la división” que, según su análisis, conducen a los miembros de la curia a oscilar entre extremos opuestos. Asimismo, alertó sobre el peligro de caer en la rigidez ideológica, junto con las tensiones que esta conlleva, y criticó el afán de sobresalir de algunos, en un ambiente general de desconfianza. Su diagnóstico resultó tan contundente que cuestionó la posibilidad de establecer amistades genuinas dentro de la curia.
El Papa expresó: “Quizás tras años dedicados al servicio de la curia, hemos llegado a comprobar con desilusión que a ciertas dinámicas de poder y a la búsqueda de intereses personales les cuesta transformarse”, al pronunciar su primer discurso ante cardenales, obispos y laicos presentes en la curia romana.
El Papa planteó: “¿Es posible establecer lazos de amistad en la Curia Romana y cultivar relaciones de fraternidad sincera? Es gratificante encontrar amigos en quienes confiar, que eliminen las máscaras y los engaños, que eviten el uso y el desdén hacia otros, fomentando la ayuda mutua y el reconocimiento del valor y competencia de cada individuo, sin generar insatisfacciones ni rencores”.
Por último, el Papa hizo un llamado a la conversión personal necesaria para que en nuestras interacciones se manifieste el amor de Cristo que nos une como hermanos, mientras se dirigía a los asistentes en la impresionante Aula de las Bendiciones del Palacio Apostólico, decorada para la ocasión con dos árboles de Navidad.